La primera vez

Siempre pensé que era un bicho raro por haber sido virgen hasta los 21 (y semi-virgen hasta los 19…), pero luego descubrí que muchas otras –y otros- tenían una edad cercana a esta cuando perdieron su virginidad.

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Desde la primera vez que nos vimos y noté cómo me mirabas, sabía que algo iba a ocurrir entre nosotros. Nunca nadie había posado sus ojos en mí como tú lo hiciste, con tanta ternura y lujuria al mismo tiempo, como queriendo ver que había debajo de mis ropas, como si estuvieras tocándome con la mirada, como si fuera la primera y única mujer.

Las ansias nos comían a ambos por igual, pero yo creí pretender ser un poco más discreta que tú (nunca sabré si te tragaste mi acto…), creo que no habían pasado ni 45 minutos desde que nos vimos y el momento en el que nos besamos por primera vez. No te aguantaste más las ganas y tus labios se lanzaron hacia los míos con la más audaz pericia; fue un beso dulce pero apasionado, largo y meticuloso, de esos que se dan con todo el cuerpo…. de esos que te dejan deseando más.

Los días pasaron y parecieron siglos… pensaba en ti cada minuto del día, y tú te asegurabas de que así fuera con tus constantes recordatorios sobre cuánto te gustaba; yo fantaseaba contigo, con tus labios, con tus manos, con tu olor… y tu fantaseabas conmigo, dudo que menos de lo que yo lo hacía.

Acostada en tu cama, me deleité al sentir tu polla ponerse más dura con cada beso, con cada caricia, aprendí a reconocer tus puntos débiles… se te paraba con el más leve movimiento de lengua. Metí mi mano entre tus pantalones y la busqué, toqué tus nalgas, y luego di un masaje sobre tu erecto y bien proporcionado miembro.

La miré y te la mirabas, leí tu mente cual libro abierto y no lo pensé mucho para reclinarme y poder con ello darte una mamada que recordaras por siempre; empecé por la base, pasando luego mi lengua por todo tu falo, desde arriba hacia abajo, haciendo movimientos circulares en la punta, artimaña en la que creo haber sido bastante habilidosa a juzgar por tus sonidos de placer y tu “qué rico, mami”, luego la metí en mi boca y te la mamé por largo rato, sentí placer al darte placer. Me la saqué sólo porque ya no podía sostener más esos abundantes líquidos que haciendo más fácil mi labor inundaron mi boca… me miraste a los ojos y me pediste un beso, te tenía en mí, en mis labios, en mis pequeñas manos, en mi cuello, en mis pensamientos… y sólo un poco, quizás, en mi corazón.

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Continuará…

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