Sin embargo, ese día no estaba preparada para hacerlo todo. Te pedí paciencia, y te prometí entrega total, pero esa no sería la noche.
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Los días siguieron transcurriendo a paso lento, lejos de apaciguar las ganas, mi anticipo más bien las acrecentó, y los recuerdos de esas tardes de invierno en tu cama me acompañaban a todo lugar, el roce de tu cuerpo, tus largas piernas entrelazadas con las mías, tus carnosos labios besando y chupando mis senos, dormirnos en los regazos del otro… me levantaba y me acostaba pensando en ti, deseándote más y más.
Doscientos años después, llegó el día. Una tarea que tenía que mandar esa tarde, la desvelada de la noche anterior terminando un trabajo, el exceso de café y la escasez de sueño hicieron que para la tarde ya estuviera agotada… pero tenía una cita pendiente. Me recogiste en un lugar cercano a la U al cual llegué en taxi, ya que lo sexy de mi atuendo no hacía posible que pudiera caminar libremente por la calle a plena luz del día… sólo por ti me vestí así…
Lo único que deseaba en ese momento era descansar (y comer…), no podía esperar más para yacer en esa gran cama y dormir un poco para poder levantarme con energía suficiente. Pero las cosas no ocurrieron de acuerdo con mis planes… la visita a un amigo, una diligencia inesperada y unas dos horas de andar en carro después finalmente pude acostarme en tu cama. Las ganas estaban, el cuerpo también –depilado como nunca-, y el hombre expectante también… no sé si fue por el frío, o por el cansancio, o por los tres puros que habíamos fumado, pero no fue lo que esperaba.
Ahora no puedo decir si fue percepción mía o efectivamente ese día no se sintió igual que los otros… no se sintió tan rico… estabas tan apurado, tan desesperado, que empezaste a quitarme las mallas (fishnets), batallaste con los ligueros y bajaste rápidamente mis diminutas pantaletas de encaje negro. Me mamaste con tanta avidez, con tanta efusividad, con una cara de “te voy a comer” que nunca te había visto… pero yo lamenté no poder sentirlo más, mejor; estaba cansada… pero temía pararte y matar la ilusión de esa noche perfecta con la que habíamos estado fantaseando. Tampoco te dije que era semi-virgen… no quería que perdieras esa imagen sexual que tenías de mí.
Empezaste a tocarme, tanteabas mis labios, manoseabas mi clítoris, metiste tu dedo y sentiste mi humedad. Tus dedos eran como mágicos, sabían exactamente cómo moverse y fuiste tan diestro que me sacaste varios gemidos, uno de ellos casi orgásmico. Pero no era suficiente, aún no estaba lista, no estaba lo suficientemente dilatada… pero intentaste metérmela… y no pudiste… yo estaba un poco tensa… pero tenías que meterla. Intentamos de perrito, pero no me sentí cómoda, “parecemos novatos” –dijiste- (si supieras cuánto…), se te bajó un poco, noté en tu rostro un dejo de frustración… le echaste la culpa a que tampoco habías comido ni dormido bien… aún así, hiciste lo que pudiste y no importó que no llegaras hasta adentro, porque igual te viniste.
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Continuará (wow, no esperé que este relato se me hiciese tan largo)…
2 libidinosos han opinado:
21 de marzo de 2009, 5:03
Que amargura!!! yo lo mato!!!
Buscate otro!!!
Te sigo...Besos eternos.
23 de marzo de 2009, 14:53
Por dicha luego vinieron mejores... y claramente, no duré mucho con él...
¡Saludos de una SeXosa para una Lasciva!
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